14 octubre, 2024

San Millán de la Cogolla, del castellano y de la Humanidad

En plena naturaleza, el Monasterio de San Millán de la Cogolla.

En La Rioja, al pie de la Sierra de la Demanda, el Monasterio de San Millán merece por sí solo la visita a este pequeño pueblo riojano. El lugar tiene una enorme trascendencia en la cultura hispana.

Conocido como cuna de la lengua, cuenta con uno de los escritorios y bibliotecas más antiguos del mundo y entre sus códices se encuentran las Glosas Emilianenses, acotaciones con las primeras palabras escritas que se conservan en castellano y euskera. Por eso, entre otras razones, sus monasterios de Arriba y de Abajo, de Suso y Yuso, son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Cuenta con uno de los escritorios y bibliotecas más antiguos del mundoEn la Edad Media, San Millán de la Cogolla fue uno de los focos culturales más importantes del sur de Europa. Suso y Yuso son hoy parte fundamental de la Ruta de la Lengua Castellana, que los une con Santo Domingo de Silos, Valladolid o Salamanca, localidades que tuvieron un papel decisivo en la evolución del latín vulgar.

La abadía mozárabe de Suso fue la primera en construirse y dio lugar a los barrios que envuelven el monasterio de Yuso. En esta joya de la arquitectura prerrománica se escribieron las Glosas Emilianenses, el primer diccionario enciclopédico de España. En su página 72 aparecen las primeras notas escritas en castellano y euskera.

Como rareza arquitectónica que es no hay que perder detalle del techo –con un bello arco de herradura mozárabe–, ni del mosaico del suelo, la alfombra de portalejo. Excavadas en la roca, las tres cuevas del cenobio primitivo transportan a los tiempos en los que San Millán habitó en ellas. De obligada visita también las tumbas de los siete infantes de Lara.

Menos extraordinario, el monasterio de Yuso alberga en su interior una de las bibliotecas más importantes y valiosas de España. Entre sus colecciones más atractivas, destaca la de los cantorales del siglo XVII, una treintena de libros gigantescos –entre 40 y 60 kilos–, hechos con la piel de dos mil vacas. También hay que ver el claustro, la sacristía, la sala capitular benedictina y el Salón de los Reyes.

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